No alzaba la vista, no hablaba. Era como si
oyera, pero no escuchara; como si viera,
pero
no observara. Sólo se trataba de una pequeña que se encontraba en un sueño
despierta, refugiada en su inocencia. Soñaba con ese mundo en el que había
vivido sus ocho años atrás, un bonito mundo: su mundo.
Mientras
tanto, la Tierra se estaba revelando mostrando su otro lado. Todo lo que él
había hecho bien estaba desapareciendo y, al mismo tiempo, las atrocidades que
había labrado poco a poco y con una fuerza inexplicable se volvían en su
contra.
¿Cómo?
¿En qué momento? ¿Por qué? Un mar de preguntas sin respuesta revoloteaban por
su cabeza. No caía en la cuenta de las cosas que había hecho tiempo atrás y
tampoco pensó en las consecuencias que esto ocasionaría. Mientras, ella, sonreía
metida en su sueño, su dulce sueño…
El
mundo se convertía en un papel con solo garabatos, pequeños garabatos que iban
transformando todo en algo extraño, difícil de comprender. Todo estaba
cambiando, ya había cambiado. Se había vuelto feo, triste… con apariencia
amargada, desolada. Ya no era ese suelo por el que pisaban, un suelo firme,
rígido, limpio. Se había convertido en todo lo contrario: inestable e incómodo.
¿Dónde había quedado su realidad?
Venganza,
eso era lo que se mostraba. Por todo y más: el mundo había dejado de ser mundo.
Despertó, y esa
pequeña sonrisa, se borró.
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